lunes, 9 de noviembre de 2015

Prometeo
La escultura de Miguel Sahade está en el patio central de nuestra escuela. Pasamos bajo sus brazos abiertos tantas que ya olvidé cuantas veces...las sensaciones y pensamientos que me ocupan el ánimo se desvanecen con el tránsito, quedan inconclusos, incompletos. Ahí van a detenerse donde se insinúa la culpa, instante en el que prefiero economizar los enunciados en cuestiones mas prácticas y redituables.
Porque algo de esta figura que me excede me recuerda cierta deuda, que nos une cíclicamente con el Titán. Aquel castigo que abraza por entregarnos el fuego. Y enclavado como está entre las artes del fuego, la música, la tragedia y la plástica, sospecho que mis intuiciones están equivocadas y que esta perspectiva absurda con la que me acomodo en el mundo encuentra su mayor contradicción: pareciera que estuviera allí por alguna razón. Premeditada, pero no mía sino de su autor; así que con un respeto no verbalizado, fuimos a intervenir su silencio con nuestros trazos alados.












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