martes, 1 de diciembre de 2015

Desde la baranda del puente Centenario, el paisaje del rio se agiganta. Vino Emilio a sentarse para mojar sus pies desde la altura. Los planos se pliegan uno sobre otro como las hojas de un libro, el agua terrosa le parece cercana, lo moja, lo atraviesa. Mientras lo despido estrechando su mano izquierda, me apropio de la tarea que ocupa los argumentos y las conclusiones, porque ya lo que es real o no dejo de ser motivos de mis enunciados.
Allí quedo como centinela, viendo el agua correr. A sus espaldas lo escudriña su alter ego.